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Mi trabajo creativo desprende de la observación diaria de mis alrededores. Comparo y examino distintos tipos de gestos, lenguajes y estructuras que sostienen el sistema urbano de la Ciudad de Panamá. En mi acercamiento a estas construcciones estoy retomando una relación con la naturaleza, antes extraviada.

 

Un día me vi habitando esta ciudad—donde crecí la mayor parte de mi vida—sin saber qué caminos llevaban a mi antigua casa, ni en qué dirección quedaba el mar. Fue creciendo mi sensibilidad por las rejas, los portones, las calles descompuestas, y las paredes agrietadas. Elementos ubicuos como estos cargan afectividades que me perforan. De un divagar surge material para comenzar a trabajar. Luego un detalle inconfundible del proceso se me presenta en el entorno físico como un secreto destinado.

 

Las pinturas se construyen por capas, y cada una de estas persigue distintas líneas de pensamiento hasta llegar al lugar. ¿Cuál lugar? El que me busca a mi mientras yo lo busco a él. Cada pintura podría ser un lugar. Tiene sentido también pensarlas como contenedores de tiempos acumulados, eventos sin un inicio claro ni un final definitivo. Similar a los pensamientos, o las costumbres, se extienden para atrás y hacia adelante infinitamente. A la vez, mis pinturas son objetos concretos, y, por lo tanto, pertenecen al mundo de los días y los meses y los años.

 

El modo pictórico se relaciona misteriosamente a otras maneras de articular lo que uno lleva por dentro—al silencio, al juego, al vestir, al habla…El paisaje interno quiere materializarse y busca la intersección adecuada para hacerlo. Mis pinturas se desarrollan lentamente, en un cuarto, un tanto alejadas de la ansiedad metropolitana.  Al pintar me topo conmigo misma y vuelvo a desaparecer.

septiembre 2023

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